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Críticas de cine

Crítica de Caníbal de Martín Cuenca

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La película Caníbal es un soplo de aire fresco en el cine español.

Tal vez sea Caníbal la pieza que termine por coronar a dos de los diamantes en bruto más valiosos del panorama nacional: el realizador Martín Cuenca y el actor Antonio de la Torre, quien vuelve a demostrar su valía interpretando a un humanizado asesino en serie. Como viene siendo habitual en la carrera del actor andaluz, en Caníbal da vida a un personaje muy alejado de sus papeles anteriores. Y es que la palabra encasillamiento parece ser ajena a él; desde su personaje con trastornos sexuales-alimenticios de Gordos, pasando por el payaso fascista de Balada Triste de Trompeta y el borracho de pueblo de Primos, hasta llegar al duro policía de Grupo 7. Por ello, De la Torre hace efectivo aquello de que actuar es una de las mejoras maneras de conocer a otra gente.caníbalEl filme de Cuenca se encuentra ubicado entre dos de las mejores cintas de Hitchcock; Vértigo (Entre los muertos) y Psicosis. Intentar ponerse a la altura del maestro del suspense siempre es peligroso pero Cuenca no solo sale del paso, sino que realiza el mejor «remake» hasta la fecha de Psicosis. Los parecidos en la trama son evidentes, pero Cuenca sabe alejarse lo suficiente como para que su originalidad no se vea afectada.

Carlos (Antonio de la Torre) trabaja como sastre en Granada mientras intenta reprimir sus impulsos sexuales a golpe de canibalismo. Sufre el mismo problema del que se aquejaba el asesino Norman Bates (Anthony Perkins) en Psicosis; cada vez que se excita tiene el impulso de asesinar a la mujer causante de tal afrenta, pero Carlos, además, saborea el momento post mortem devorando como un gourmet a sus víctimas. Su mundo empieza a venirse abajo cuando aparece en su vida Nina, la hermana de una de sus víctimas, quien, como Janet Leigh, venía huyendo tras robar una importante cantidad de dinero.  Lo que siente por Nina hará que su estricta cotidianidad y lo que creía intangible en su vida empiece a desmoronarse. Caníbal no es  un thriller, es, como reza el cartel de la película, «una historia de amor».

 Martín Cuenca tiene el honor de ser el cineasta que mejor ha entendido el thriller de Hitchcock al comprender que la grandeza del filme no está en el complejo de Edipo del psicópata ni en la conocidísima escena de la ducha. La clave de Psicosis se encuentra en la lejanía con la que Norman Bates observa a sus víctimas desde el agujero oculto en la pared, en la excitación que siente como voyeur, siempre al margen de la acción, y que le incita por ello a cometer sus atroces crímenes. Gracias a esos planos generales y a los travellings pausados y ajenos a la acción que acompañan, Cuenca logra que el espectador no sólo sienta seducción por Carlos, sino que también comparta con él su voyeurismo y se implique de lleno en la cotidianidad del día a día del monstruo . Resulta cuanto menos curioso que cuanto más nos aleje Cuenca de la acción, más cercanos nos encontremos al asesino. Por ello, el director español triunfa donde fracasaron grandes, y también irregulares, cineastas como Gus Van Sant con Psycho y Brian De Palma con Vestida para matar. Ambos estaban obsesionados con la morbosidad que suscitaba la oscura e invertida figura de Norman Bates, sin llegar a entender jamás la verdadera esencia que el genio anglosajón siempre imprimía en sus enrevesados personajes.

Tras su exitoso paso por el Festival de Toronto, Canibal es una de las cinco seleccionadas para representar a nuestro país en los próximos Oscars. No es para menos, puede ser que Canibal sea la mejor película nacional de lo que va de curso. No es apta para todos los publicos eso sí, pues va cociéndose a fuego lento y puede llegar a desesperar a aquellos que necesitan de acción y giros argumentales para mantenerse pegados a la butaca.

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