Mike Flanagan, director de Doctor Sueño, pero también de la muy valorada serie de Netflix The Haunting of Hill House, o de películas como El juego de Gerald, se ha convertido en una de las figuras más representativas del género de terror en los últimos años. Un terror diferente, con un uso soberbio del color y una agradable tendencia a evitar los tópicos jumpscares (salvo contadas excepciones) y profundizar más en los personajes que sufren los sucesos paranormales que en el artificio de estos. Mike Flanagan es un constructor de atmósferas, enamorado de los personajes que pueblan sus películas y de sus historias. Doctor Sueño no es sólo su mejor película, también la mayor representante de la forma de hacer cine de este creador.
Sin embargo, su cine también adolece de ciertos problemas. No suelen gustarme los directores que montan sus propias películas, ya que la principal función del montador es, precisamente, la de ofrecer el punto de vista de una persona versada en cine que, además, es capaz de distanciarse del material original por no haber estado involucrada en el día a día de rodaje. En muchas ocasiones, un director que monta su propia película es tan consciente de los vaivenes de la producción que se muestra reticente a descartar escenas en las que ha invertido tiempo y esfuerzo o modificar las estructuras que tanto ha trabajado durante meses. Mike Flanagan es uno de estos directores, y sus películas suelen adolecer de ciertas fallas de ritmo. Doctor Sueño sufre este mismo problema. Mike Flanagan es autor del guion (adaptación del libro de Stephen King) y montador, además de director, por lo que el tratamiento objetivo del material es, cuanto menos, una quimera. De esta manera, nos encontramos ante una película de dos horas y media, con un primer acto excesivamente largo – aunque sus vínculos con El Resplandor hacen que nos mantengamos pegados al asiento – y un tercer acto muy precipitado, además de varias decisiones de montaje cuestionables.
La parte positiva es que se trata de una auténtica carta de amor a la novela de Stephen King, y de una película de autor a muchos niveles. Flanagan es uno de los mejores adaptando al escritor de Maine (sólo un par de pasos por detrás de Frank Darabont), e incluso su Hill House, basada en la obra de Shirley Jackson, es muy kingniana. En Doctor Sueño, el tratamiento de los personajes es impecable. Ese primer acto, como digo, excesivamente largo, tiene también su parte positiva: nos sumerge de tal forma en Danny Torrance, interpretado por Ewan McGregor, que su caída en los mismos errores que su padre nos duele y su progresivo crecimiento humano nos llena de esperanza, recordando en ocasiones al capítulo centrado en Luke de Hill House. Por otro lado, Flanagan consigue que Abra Stone, la niña interpretada por Kyliegh Curran, que fácilmente podría haberse convertido en un personaje insoportable, se convierta en el centro de nuestras preocupaciones, y que su relación con Torrance, el Doctor Sueño, se sienta natural y orgánica. Pero quien destaca por encima de todo el reparto es Rose the Hat. Rebecca Fergunson desborda carisma con su interpretación y disfruta a todos los niveles de su papel como villana de la función. Cada una de sus apariciones vale su peso en oro – muchas veces precedida por su genial Oh, hi there -, y prácticamente devora la presencia del resto de sus compañeros de El Nudo, el particular grupo que la acompaña.
De hecho, la película resulta mucho más interesante cuando gira en torno al Nudo – sobre el que es mejor no revelar en estas líneas su naturaleza, más allá de que pronto estarán interesados en Abra Stone – que cuando se aproxima al Resplandor. Son los miembros del Nudo quienes nos ofrecen algunos de los momentos más crueles y aterradores de la película y quienes se convierten en una presencia mucho más amenazadora que el mítico Hotel Overlook, por mucho que en su tercer acto Doctor Sueño quiera hacernos pensar lo contrario.
La estética es puro Flanagan, aunque el uso del color y las texturas no alcanza los niveles de magnificencia de Hill House. En Doctor Sueño encontramos, además, varios vaivenes mentales, con proyecciones astrales, invasiones de la psique de un personaje por parte de otro, conexiones mentales y trucos psíquicos para engañar al adversario. Todo esto queda muy bien resuelto gracias, precisamente, a la atmósfera que dota Flanagan al conjunto. Además, el director no juega al engaño – aunque algunos personajes sí lo hagan -, las reglas de esta parte más psíquica quedan pronto establecidas y, cuando se rompen estas reglas, pronto se nos explica cómo se ha hecho y para qué. Doctor Sueño se esfuerza por no ser una película tramposa o confusa. Nos lleva de la mano y, aunque a veces pueda resultar algo sobre explicativa, el paseo resulta tan agradable que no nos importa.
No me atrevería a decir que se trata de una película de terror, al menos no en la forma que estamos acostumbrados. Doctor Sueño trata más sobre enfrentarse a los miedos, derrotarlos y enterrar el pasado. Trata sobre el legado y la necesidad de enseñar a otros lo que le enseñaron a uno. Es una película esperanzadora en todo momento, incluso cuando los personajes se encuentran en una situación terrible. La atmósfera resulta aterradora en algunos momentos, pero no se abusa de ello, y soy incapaz de recordar un solo instante en el que un suceso en pantalla me asustara. La concepción de Flanagan del terror es muy distinta a la que estamos acostumbrados, pero es que la concepción de King del género, por mucho que sea considerado el Maestro del Terror, también es muy diferente a los tropos habituales.
Doctor Sueño es, pues, una película puramente de Flanagan, pero también puramente de Stephen King. Una odisea (externa, pero sobre todo interna) en la que merece la pena adentrarse y perderse, que sólo podría decepcionar a quienes busquen una montaña rusa de sustos y gritos como la que hace poco nos ofreció el muy estimable díptico de It.